Desde Ancona, Italia, se vino a Argentina Domingo Piastrellini con sus padres y tres hermanos. Había nacido en 1889, en Camerano, y al cumplir 10 años iniciaron el viaje.
Al llegar se detuvieron un tiempo en el Borbollón, Mendoza, pero no era ese el final de su viaje y poco después continuaron a San Rafael.
Se establecieron en Colonia Italiana. Su padre, Juan Bautista Piastrellini, compró 45 hectáreas en el distrito Las Paredes y la dividió entre sus cuatro hijos: Domingo, Enrique, Alfredo y Alejandro, entregándole 10 a cada uno, y las 5 restantes se las obsequió a su sobrino Remo Carloni.
Las tierras que adquirió nunca habían sido cultivadas, por lo que estaba todo por hacer: tuvieron que desmontar, sacar las raíces, nivelar, llevar el agua a través de acequias. Ningún obstáculo los detenía, tenían que ganarle al desierto.
La familia se trasladaba caminando todos los días por las vías del ferrocarril, desde su casa en Colonia Italiana hasta Las Paredes, trabajaban todo el día, almorzaban bajo el sol abrasador y regresaban al caer la tarde caminando nuevamente.
Después de nivelar y trazar los surcos, pudieron plantar los viñedos. La tarea aún no estaba terminada porque debían construir sus casas. En 1905, ayudándose unos a otros, las fueron levantando con adobes de barro y techos de caña.
Domingo conoció a una linda joven, italiana como él, de la zona de Milán, Carolina Farina, con quien se casó y se establecieron en la casa construida por él y su familia, ubicada en las actuales calles Zamarbide y Las Vírgenes.
Mientras, las viñas habían crecido y comenzaron a producir, por lo que debieron construir un edificio para que pudiera albergar al vino. Desde que el sol se asomaba en el horizonte, se los veía con las mangas arremangadas y los sombreros calzados en sus cabezas, comenzando a construir los cimientos de la bodega que acogería los frutos de “su viña nueva”.
En 1910 la bodega ya estaba en pie, preparada para triturar los granos y liberar al aire los aromas del Malbec, Verdot y Moscatel.
No era muy grande, más bien era pequeña, tenía 14 piletas de 9.500 litros cada una, un lagar, una moledora y una prensa a mano. Las piletas de fermentación, en total ocho, se encontraban arriba y las de depósito en la parte de abajo. Para subir los granos triturados sólo había brazos y baldes colgados de una soga, que desfilaban uno tras otro hasta llegar a la boca de la pileta, donde eran volcados.
La esquina cercana a la casa, que originalmente estaba llena de abrojos, jarilla, chañares y cardos rusos, se convirtió en un lugar de verde frescura y deliciosos aromas que invitaba a quien pasara a acercarse. El desierto, una vez más, por la mano de esta familia, se había transformado. Esa esquina fue llamada “la esquina de las rosas” porque desde lejos se percibía el perfume de las rosas y de muchas otras flores que crecían a la sombra de los pinos, plátanos, palmeras y eucaliptus. No sólo crecieron los árboles, sino también la familia. Habían nacido diez hijos, seis varones y cuatro mujeres, que le ayudaban en su obra.
Todo lo había hecho muy rápido, trabajó sin descanso, tuvo varios hijos, gozó de la vida, ¿sabía acaso que la suya sería muy corta? En 1936, cuando se encontraba en la plenitud de su vida, Dios lo llamó a su lado.
Su esposa y los diez hijos continuaron con su obra. A los dos años ampliaron la bodega al agregar diez piletas más, llegando a una capacidad de 1.000.000 litros. Compraron también un motor a gas oil para moler y prensar la uva. Pudieron moler la uva propia y le ayudaron a los vecinos, que no tenían bodega, que luego se llevaban el vino de traslado obtenido.
En 1966, al llegar la electricidad a Las Paredes, instalaron un motor eléctrico, lo que favoreció la elaboración y aumentó la producción generosa que hacían a sus vecinos.
Formaron la Sociedad Piastrellini Hnos y Cia SRL. La familia siguió siempre unida, trabajando mujeres y hombres a la par, listos siempre para podar, atar, abrir surcos, arar, sulfatar, cosechar y moler los racimos.
Poco a poco fueron formando sus propias familias, se mantenían unidos gracias a la madre, pero al fallecer ésta en 1964, pensaron que había llegado el momento de repartir la herencia. Para eso debían vender la bodega, todos pensaron así menos uno, Roberto, el menor de todos, casado con Iris Di Fino. Él sentía que teniendo la bodega, era como que su padre seguía presente. Pero uno no pudo contra todos, sus fundamentos no valieron para los demás y por mayoría decidieron venderla.
En 1970 pasó a las manos de un nuevo dueño: Eduardo Lávaque y de éste, en 1988, a Bodega Club Privado, hasta que en 1997 se la vendió a Ernesto Panelli e Hijos SRL, que la conservan en estos momentos.
Uno de sus hijos de nombre Rubén ha sido elegido, hace muy poco, presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Agropecuaria de San Rafael.
Fuente: Diario UNO Textos: María Elena Izuel